25 mayo 2012

Oración de Pentecostés




Vivir según el Espíritu Santo, es difícil.
Vivir con el Espíritu Santo, no lo es tanto.
Es bueno pensar que, Él,
nos acompaña aunque no nos demos cuenta;
nos habla, aunque no lo escuchemos;
nos conduce, aunque acabemos
eligiendo el camino contrario;
nos transforma, aunque pensemos que,
todo, es obra nuestra.

Vivir Pentecostés.
Es pedirle a Dios, que nos ayude a construir
la gran familia de la Iglesia.
Es orar a Dios, para sacar de cada uno
lo mejor de nosotros mismos.
Es leer la Palabra y pensar:
“ésto lo dice Jesús para mí”.
Es comer la Eucaristía,
y sentir el milagro de la presencia real de Cristo.
Es rezar, y palpar –con escalofríos–
el rostro de un Dios que nos ama.

¡Pentecostés es el Dios invisible!
El Dios que camina junto a nuestros pasos
hasta el día en que nos llame a su presencia.
El Dios que nos da nuevos bríos e ilusiones.
El Dios que nos levanta, cuando caemos.
El Dios que nos une, cuando estamos dispersos.
El Dios que nos atrae, cuando nos divorciamos de Él.

¡Pentecostés es el Dios de la brisa!
El Dios que nos rodea con su silencio.
El Dios que nos indica con su consejo.
El Dios que nos alza con su fortaleza.
El Dios que nos hace grandes con su sabiduría.
El Dios que nos hace felices con su entendimiento.
El Dios que nos hace reflexivos con su santo temor.
El Dios que nos hace comprometidos,
con el don de piedad
El Dios que nos hace expertos,
por el don de la ciencia.
Pentecostés, entre otras cosas,
es valorar, vivir, comprender y estar orgullosos
de todo lo que nos prometió Jesús de Nazaret.
¿Cómo? Dejándonos guiar por su Espíritu.

P. Javier Leoz